
Cuando David me envió esta foto, pensé: “¿Pero qué coño…?”
Debo decir que lo primero que sentí fue algo en el estómago, algo no muy agradable. Y enseguida supe por qué: la primera vez que vi a Esther, aquel primer día que nos colamos en la casa sin saber de su existencia, ella estaba más o menos ahí, donde aparece la modelo en la fotografía, quizás un poco más a la izquierda y, sin duda, en una actitud diferente… Yo levanté la cabeza y vi a Esther ahí asomada, mirando asustada (?) cómo una panda de extraños se paseaban alrededor de su mesa de billar sin que nadie los hubiese invitado. Esther se agarraba a la barandilla también de una manera muy diferente a la modelo, casi como un pajarito a un cable del teléfono bajo la lluvia, mirándonos desde arriba sin articular palabra.
David sabe que cuando vi esta foto por primera vez me chocó tanto que no fui capaz de pensar en la foto en sí. No fui capaz de pensar nada, la verdad. No vi fotografía, ni arte, ni belleza ni nada. Creo que solo vi una extraña ocupando el lugar de mi fantasma favorito. Desnuda.
Y yo, aunque no tengo problema alguno con desnudeces o fantasmas, me quedé un poco sin saber qué decir, por lo que decidí darme algo más de tiempo y observar con detenimiento ésta y las otras fotos que David me envió. Y no sé cuándo -ni estoy seguro de si las palabras que David me escribió influyeron también-, pero de pronto vi unas preciosas fotos de una modelo desnuda en una increíble casa abandonada. Eso era todo. Y era mucho, porque siempre he tenido la sensación de que mi implicación con esta casa es un síntoma más de esta estúpida nostalgia enfermiza que solo a veces consigo quitarme de encima. Y estas fotos habían conseguido, al menos por un rato, que mirara la casa y sus fantasmas desde muy, muy lejos.
David Semuret se me presentó como “un amante de la fotografía”. ¿Cuándo un amante de la fotografía puede autodenominarse “fotógrafo”? ¿Cuando vive de ello? No sé. Para mí David, desde el primer momento, fue un fotógrafo que me escribió muy atentamente ofreciéndome sus fotografías para el blog. Cotilleé su flickr y otras páginas para saber algo más de él, pero han sido los correos y algunas frases bonitas que hemos intercambiado lo que me han llevado a dedicarle tantas líneas.
Le pedí a David que escribiese algo para presentar sus fotos, quién mejor que él para hacerlo, y es el precioso texto que aparece tras las miniaturas.
Quiero aclarar que no es intención de David (ni mucho menos mía) ofender a nadie con estas fotos. Y no sé si alguien está esperando que yo opine sobre ellas, sobre las sensaciones que producen o nuestras viejas disquisiciones acerca del abandono patente en el que se encuentra la villa por parte de la propiedad, lo fácil que resulta colarse, etc… Pero no, no voy a opinar porque lo que estoy deseando es ver y leer vuestras reacciones.
Gracias de nuevo, David.

Visitar Villa Excelsior sin duda conlleva pagar un caro peaje. No sale gratis. Aquella tarde de finales de agosto mis ojos se dieron de bruces con una de las casas más impresionantes que jamás había visitado. Arrastrándome entre zarzas, sorteando campos de ortigas, no podía dejar de mirar aquella esbelta torre que aún con chulería castiza me señalaba entre la selva en la que me encontraba. De espíritu arrogante, me invitaba a entrar a conocer sus turbios secretos, ser por unas horas cómplice de su abandono. Al atravesar sus muros el alma herida de la casa me traspasó igual que una aguja con hilo de plata, tejiendo un nudo en mi estómago. Y sentí los lamentos que silenciosos brotaban de cada una de sus amenazantes grietas, de sus suelos putrefactos, de su lujo arrebatado. Y se desnudó ante mí como una mujer mancillada, como una flor deshojada, como una sirena varada. La amé sin lujuria, la desee sin control y la abracé con quietud sintiendo su lenta agonía. Y a la hora de la partida hundió su temblorosa mano en mi interior arrancándome un pedazo de mi propio ser. Ahora me perteneces, me susurró al oído, mientras al alejarme vislumbré entre lágrimas como unas oscuras sombras comenzaban a devorarla lentamente.
David Semuret (Octubre, 2015)
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